Ichthys Cristianos Incluidos Sevilla comparte semanalmente una reflexión en Español de uno de sus miembros considerando la lectura dominical del Evangelio de la Semana.
La Duda es para Maricas – Basado en el Evangelio según Mateo 28:16-20
Mi experiencia de fe desde muy pequeño ha ido acompañada de la duda. Pero la fe de los que vacilamos es con frecuencia tan fuerte que nada ni nadie podría quitárnosla si lo intentase, como sucede con el amor de Dios. La incertidumbre que genera la duda —si se ponen los medios para contrastarla con la verdad y la esperanza—, siempre provoca el encuentro con el Padre. Un encuentro mucho más íntimo que el pudieran experimentar incluso quienes creen a ciegas. Le sucedió a Tomás y le ocurrió a los discípulos que dudaron en el monte de Galilea, donde había citado Jesús a los once para despedirse: se acercó a ellos para tranquilizarlos.
La razón de mi vacilación siempre estuvo marcada por la identidad homosexual. Desde niño toda la información —y la formación— que iba recibiendo acerca de las personas LGBTI se refería a ellas como pervertidas, desviadas, pecadoras, sucias,… De hecho cuando era un crío no se utilizaban las siglas LGBTI, sino otros sustantivos y adjetivos mucho más retóricos y elocuentes, como maricones, tortilleras, desviados o enfermos. También pecadores, por supuesto. El pecado nefando lo llamaba la Iglesia de entonces, que es como decir abominable, perverso, vergonzoso o infame. La Iglesia de ahora es más sutil en sus calificaciones, pero no por ello menos inclemente.
A medida que fui consciente de mi identidad sexual, y notaba además que era algo tan inevitable como mi tono de piel o el color de mis ojos, comenzaron a surgir las dudas. Las relativas a si sería aceptado o rechazado por mis seres queridos, amigos, etc, se solucionaron mediante la construcción de un magnífico armario que fui ampliando, perfeccionando y dotando de sofisticadas herramientas defensivas a través de los años.
En cuanto a si Dios me amaba siendo “tan tremendamente marica”, ahí se instaló el temor, que dio paso a la duda, y esta a la desconfianza, la incertidumbre y por fin a la vacilación, que todo es lo mismo en realidad, pero que se me antojan diferentes grados de un mismo sentimiento.
Sin embargo, nunca dejé de luchar contra ello. Continuamente buscaba en los Evangelios dónde decía Jesús algo contra las personas como yo. Desesperadamente hablaba con Dios rogándole respuestas. Impaciente esperaba una señal que me sacara de este titubeo y confirmara mi esperanza en que eso del pecado nefando fuese una patraña.
De una manera que no sabría describir con palabras, sentía que, pese a toda mi confusión, Dios estaba a mi lado de forma imprevisible.
Ahora, mirando atrás con ojos agradecidos, sé que toda esa lucha por creer, esa larga experiencia de dudas y esperanzas, ha hecho posible que mi fe sea fuerte, mi confianza en el Padre sea sincera. La mayoría de las personas LGBTI creyentes hemos tenido que conquistar una fe que nos fue arrebatada por la duda. La duda la alimentan los prejuicios, las tradiciones, los ritos, los miedos. Todo eso viene de fuera. Pero el resultado, la duda, la construimos nosotros y somos nosotras y nosotros quienes debemos facilitar en el momento preciso que Dios entre en nuestros corazones para disiparla.
Mateo finaliza su evangelio con unas palabras preciosas de Jesús, que solo pueden entenderse desde la fe. Me imagino a los discípulos escuchándole y a la vez pensando en lo que sucedería cuando definitivamente se fuese. Y justo entonces les dice que no se preocupen, porque Él estará con ellos hasta el fin del mundo.
Las mujeres y hombres LGBTI cristianos estamos llamados a confiar en esa promesa de Jesús, porque sin esa certeza no es posible vivir nuestra fe serenamente. Lo sabemos porque para llegar a creer tuvimos que cruzar largos desiertos y transitar muchos caminos en soledad. Nuestra fe puede decirse que es fruto de una duda, la duda marica, ni más profunda o sincera que la de cualquier otro hijo de Dios sea cual sea su identidad sexual o de género. Pero esta fe ha hecho posible que pongamos a un lado el rencor, olvidemos todo resentimiento, y con ello hagamos realidad que otras personas reconozcan a Jesús, recuperen la fe, reconquisten sus vidas y en ellas dejen sitio al Padre, cuyo amor nada ni nadie podrá arrebatarnos.
Antonio Cosías
Comunidad Ichthys. Cristian@s LGBT+H de Sevilla