La Solidaridad Profetica de Jesús con los Forasteros

Encuentro de la Red Global de Católicos Arcoíris

Autor: Miguel H. Diaz Ph.D. , Embajador ante la Santa Sede, Ret. , Director en The John Courtney Murray en el Servicio Publico de la Universidad de Loyola, Chicago

Traducción: Carolina Cuarenta

4-7 de Julio, 2019. Chicago, USA

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El tema de este año de la Red Mundial Católicos Arcoíris es “Orgullosos y Proféticos”. Para los Católicos LGBTQ+, ser al mismo tiempo orgullosos y proféticos tiene un gran costo, y ambos, a menudo son indistinguibles el uno del otro. Demostrar orgullo por ser parte de la diversidad sexual y Católico es un acto profético que a menudo lo convierte a uno en un extraño dentro de la Iglesia y la sociedad. Este mecanismo de socialización a través del cual las personas LGBTQ+ se convierten en “otros”, como un individuo diferente, que no forma parte de la comunidad propia, a menudo comienza temprano en la vida, y sigue siendo una experiencia que muchos reviven a lo largo de sus vidas. En la raíz de esta “otredad”, que amenaza a millones de seres humanos que viven en todo el mundo, está el heterosexismo.

El heterosexismo, aunque se relaciona con la homofobia, no es ante todo un problema emocional o de respuesta visceral. En el caso del heterosexismo, representa “un sistema razonado de sesgo con respecto a la orientación sexual[1]. Mientras que la homofobia “encuentra analogías apropiadas en “el fanatismo y la misoginia”[2], el heterosexismo “es análogo al sexismo y al racismo”[3]. El heterosexismo no es la reacción espontánea y opresiva que las personas LGBTQ+ experimentan en la homofobia. En cambio, el heterosexismo apunta a una manera más fundamental en la que todos nosotros (incluyendo a las personas LGBTQ+) hemos sido socializados para ver e interpretar el mundo, a menudo sin criticarlo y a veces inconscientemente con respeto a las maneras en que la heterosexualidad domina y determina nuestras interacciones diarias. El heterosexismo es una epistemología, si se quiere decir así, una manera de situarse desde un punto particular en el paisaje del ser humano y juzgando todo desde esa perspectiva particular, como si nadie más estuviera de pie en cualquier otro lugar de ese paisaje y así experimentara y viera las cosas de manera diferente.

La heteronormatividad o heterocentrismo, como a veces también se le llama, es responsable de  dar a luz esta miope e injusta comprensión razonada de las experiencias humanas. Como Patricia Jung ha señalado, el heterocentrismo “lleva a la convicción de que la heterosexualidad es la forma normativa de la sexualidad humana…” y “la medida por la cual todas las demás orientaciones sexuales son juzgadas”[4]. El heterocentrismo es inhumano y pecaminoso y debe ser desafiado y desmantelado. Se encuentra en la raíz de las teologías y prácticas religiosas que han causado y continúan causando enfermedades mentales y físicas, como también amenazas a la vida humana.

Como todas las ideologías, el heterocentrismo consiste en mantener el privilegio e injustas relaciones de poder que ponen algunos seres humanos por encima de otros seres humanos. Esta “constelación cognitiva de creencias sobre la sexualidad humana”[5] configura constantemente “nuestro marco legal, económico, político, social, interpersonal, familiar, histórico, educativa y eclesial de nuestras instituciones”[6]. Es tan penetrante que hasta que no hagamos conscientemente un esfuerzo para platear preguntas críticas sobre las presuposiciones que conforman las nociones sociales de género y sexualidad humana, seguirá propagándose como un virus. El heterocentrismo crea un club “selecto”. La afiliación a este club requiere conformidad y adhesión a lo que ha sido socialmente construido como normativo, santo y natural con respecto a la identidad de género y la orientación sexual. A su vez, aquellos que se desvían de las formas heteronormativas de ser, pensar y actuar, son etiquetados como “intrusos”, personas no conformes con respecto a las normas religiosas y culturales establecidas de comportamiento humano.

El Evangelio de Marcos provee una tradición bíblica profética con la cual criticar esta forma tribal y no evangélica de fragmentar la familia humana. Este Evangelio se dirige a la compleja noción social de ser selecto/intruso, a veces describiendo a Jesús como un selecto y otras veces, describiéndolo como un intruso dependiendo de sus varias interacciones humanas. Pero, sobre todo, Marcos retrata a Jesús como el que se logra meter en varios cruces de “frontera”. Jesús “cruza al otro lado” y abandona su zona de confort.  Estas interacciones con personas que no comparten sus antecedentes culturales y religiosos permiten a Jesús crecer en autoconocimiento, sabiduría  y expande su misión “católica” de predicar y hacer presente el reino de Dios.

La historia de la mujer Sirofenicia encontrada en Marcos 7:24-37 provee un claro ejemplo de cómo un intruso con respecto a las prácticas culturales y religiosas de Jesús, una Sirofenicia y una mujer, desafía y expande la comprensión de Jesús con respeto a las separaciones internas/externas que caracterizaron el mundo de Jesús. La mujer Syrophoenician se acerca a Jesús rogándole que eche a un demonio de su hija. La respuesta de Jesús es asombrosa. En vez de responder a las necesidades de la mujer con compasión, Jesús ofrece una reprimenda aguda: “Que los niños sean alimentados primero, porque no es justo tomar la comida de los niños y tirarla a los perros” (7.27). Pero la mujer gentil, la primera persona en el Evangelio de Marcos en llamar a Jesús “Señor”, no será silenciada por la respuesta de él, ni se dará por vencida en su deseo de ver a su hija curarse. Ella se pone rápidamente a la altura de las circunstancias y los desafíos de Jesús: “Señor, incluso los perros debajo de la mesa comen las migajas de los niños” (7.28). Claramente, esta intrusa se maneja con otro intruso que entra en su territorio. Su sensatez impulsa a Jesús a revertir su respuesta inicial y abordar la experiencia amenazadora de vida que la hija de la mujer enfrenta. Jesús sana a su hija y para muchos eruditos bíblicos, este incidente proporciona evidencia de cómo la palabra de una mujer gentil, una intrusa, desafía a Jesús a llegar a la compresión de que los beneficiarios del reino que él ha venido a proclamar no son sólo los hijos de la casa de Israel.

Esta historia nos enseña mucho sobre el papel de los forasteros en el Evangelio de Marcos. Aquellos en la periferia, aquellos en el exterior y no los del círculo selecto de discípulos de Jesús, en la mayoría de los casos, son las personas que entienden quién es y de qué se trata Jesús. En ningún otro lugar de este Evangelio se hace más claro el enfoque del intruso como el verdadero selecto que cuando se habla del soldado romano, un intruso con respecto al círculo selecto de amigos de Jesús, se convierte en la persona que de forma adecuada identifica a Jesús, como Jesús desea ser identificado en este Evangelio, como el Mesías sufriente: “Verdaderamente este hombre era el Hijo de Dios.” (Marcos 27.54).  Debemos recordar que antes en este Evangelio, Marcos retrata a Pedro, el selecto más cercano a Jesús, como despistado e incapaz de entender el significado del sufrimiento de Jesús. Esta tensión entre Pedro y Jesús llega a su clímax cuando Pedro trata interponerse en el camino de la misión de Jesús y Jesús lo reprende con las siguientes palabras: “Pero al girar y ver a sus discípulos, reprendió a Pedro y le dijo: “¡Apártate de mí, Satanás! Porque tú no pones tu mente en las cosas de Dios, sino en las del hombre”. Eso fue entonces ¿pero qué es eso ahora?

¿Quiénes son las personas que han sido marginadas y a las que se les ha hecho sentir como intrusas entre nosotros? Consideren por un momento el destino de los hombres o las mujeres gay en uno de los restantes 70 Estados miembros de la ONU en donde la penalización de la sexualidad sigue siendo una práctica habitual. Consideren también al empleado Católico de la diversidad sexual que trabaja para la Iglesia en los Estados Unidos o en cualquier otro lugar del mundo que es despedido y sufre pérdidas económicas y traumas emocionales simplemente por su orientación sexual y/o compromiso matrimonial.  Consideren a una de las incontables personas jóvenes LGBTQ+ que viven en situación de calle en Chicago o en las calles de las ciudades donde cada uno de ustedes viene. Muchos de ellos sufrirán las heridas del trauma basado en la vergüenza y del rechazo familiar que se producen dentro de las relaciones matrimoniales heterosexuales. Ahora, consideren un diferente tipo de persona sin hogar, una que muchas personas LGBTQ+ experimentan a menudo dentro de una Iglesia que profesa el bautismo en Cristo como un medio para formar parte de una nueva familia, un cuerpo que no conoce fronteras. Cuántas veces hemos oído historias de horror de sacerdotes y otros ministros eclesiales que fallan en ofrecer el cuidado adecuado a las personas LGBTQ+, que a veces incluso rechazan a ellos y a sus hijos el acceso a la vida sacramental de la Iglesia. Finalmente, consideren cómo todas estas personas comparten la experiencia común de ser los “otros”, y tener que todos indudablemente ser obligados a sentirse como extraños dentro de las diversas comunidades que habitan.

Trágicamente, la religión, y esto es indudablemente cierto cuando se trata de nuestra fe Católica Romana, las perspectivas teológicas Católicas Romanas, así como las prácticas pastorales Católicas Romanas, han contribuido y siguen contribuyendo a la “otredad” y al proceso de socialización que empuja a las personas a la marginación. La religión puede ser una poderosa fuerza para el bien, para dar forma a los valores, puntos de vista culturales y políticos, pero tristemente, sabemos que en muchas partes del mundo, las perspectivas religiosas y los líderes religiosos han contribuido a la criminalización y persecución de las comunidades LGBTQ+.

Si bien los estudios han demostrado el papel positivo y la función protectora que la religión juega en la vida de una persona y en la sociedad en su conjunto, contribuye a disminuir las tasas de problemas de salud mental, depresión y suicidio, investigaciones en los Estados Unidos y en otros lugares, ofrecen evidencia científica de que los miembros de las comunidades LGBTQ+ no cosechan los beneficios positivos de religión. De hecho, una y otra vez, las investigaciones sugieren que, lamentablemente, “las personas LGBT+ que maduran en el contexto de una comunidad religiosa informan que experimentan un aumento de discriminación y homofobia internalizada (es decir, actitudes negativas, creencias, sentimientos y estereotipos sobre las personas LGBT que son dirigidas hacia el interior por alguien con atracción a su mismo sexo o sentimientos de descontento con el género biológico propio)”.

Es inaceptable y poco ético para nuestra fe Católica, nuestros líderes católicos y nuestra teología católica, desempeñar cualquier papel para dejar cicatrices, psicológica o físicamente hablando, en las vidas de las personas LGBTQ+, especialmente cuando hay evidencia psicológica incremental que ejemplifica los riesgos de amenaza mortal asociados con esta práctica. Cada vez más, y especialmente a la luz de los escándalos de abuso sexual en la Iglesia, hemos oído el llamado de Católicos de todo el mundo que piden se ponga fin a la cultura del silencio y el secretismo, un armario eclesial que mantiene a muchos dentro de la Iglesia, especialmente los líderes de la Iglesia, de encontrarnos transparentemente con los que sufren y permitir que las verdades nos hagan libres. Desde su elección, el Papa Francisco ha hablado elocuentemente de encontrar a Dios en las periferias, y nos ha recordado que la Iglesia debe ser de y para los pobres. En ese espíritu Franciscano de cuidado por todas las criaturas de Dios, la Iglesia, como Jesús lo hizo, debe escuchar y aprender de las voces de aquellos que han sido forzados a quedarse fuera. Los rostros de los pobres son también de las personas LGBTQ+ que más allá de sufrir rechazo familiar y eclesial son también víctimas de “economías” que matan sus vidas, cuando sufren marginación social, la falta de vivienda y la incapacidad de trabajar para ganarse la vida.

Como la mujer Sirofenicia que expandió la visión de Jesús al ponerse de pie por la inclusión de su hija, las personas LGBTQ+ también pueden enseñar y expandir la visión de los demás dentro de la Iglesia. Como el centurión Romano, que a diferencia de Pedro, identificó adecuadamente Jesús como el Hijo de Dios en su sufrimiento, los hijos LGBTQ+ de Dios se han apropiadamente identificado con Jesús en su sufrimiento y nos recuerdan a todos la solidaridad que debemos compartir con Cristo crucificado y con las “personas crucificados” de la historia humana[7]. La vida de Matthew Wayne Shepard, el joven gay cuyo cuerpo fue dejado colgado de una cerca en 1998 aquí en los Estados Unidos, sirve como un poderoso símbolo de la continua “crucifixión” de vidas inocentes en todo el mundo, simplemente por razones identidad de género y orientación sexual.

En su primer viaje fuera de Roma a la isla de Lampedusa, el Papa Francisco predicó sobre la indiferencia que las naciones practican cada vez más hacia los inmigrantes. Encontré significativa su prédica, no sólo por el desafío que le presentó al mundo en términos de  las continuas amenazas a la vida a las que se enfrentan los migrantes, así como  la creciente crisis de la migración que enfrentan muchas naciones, pero lo más importante es que encontré refrescante su lectura teológica de los relatos de la creación (Génesis 1-3) y la teología del pecado original. El Papa argumenta que el pecado fundamental de Adán y Eva resultó de la desorientación, o lo que él llama la “pérdida de lugar en la creación.” Como señalé en uno de mis otros escritos examinando esta homilía, el Papa argumenta que:

 

Como consecuencia del pecado, las personas no reconocen la orientación que Dios les ha dado hacia sus vecinos. Más significativamente, en este estado de desorientación, los humanos se ponen a sí mismos en primer lugar y por encima de los demás, creando un falso sentido de grandeza humana y poder. “El sueño de ser poderoso, de ser tan grande como Dios” El Papa advierte, “¡Incluso de ser Dios, conduce a una cadena de errores que es una cadena de muerte, conduce a derramar la sangre del hermano!”[8]

Qué apropiado y liberador para el Papa Francisco asociar la desorientación con el privilegio, poder y grandeza, porque estos son precisamente los temas centrales que las personas LGBTQ+ enfrentan y critican con respecto a las estructuras de pecado que actúan dentro de la Iglesia y de la sociedad. Visto desde la perspectiva de las personas LGBTQ+ y donde estamos en el panorama humano, el único desorden intrínseco, antinatural e impío de Dios (después de la Caída de Adán y Eva), digno de invertir teológicamente nuestras energías, es el aumento de la desorientación y la indiferencia global que se practica hacia nuestros vecinos. Seguramente, como sugiere el Papa, esta falta de estar orientado hacia el otro, eligiendo hacerlos sentir como “otras” personas cuya humanidad hemos fallado en entender, no es parte del plan original y lleno de gracia de Dios para la creación. La heteronormatividad, el heterosexismo y la homofobia, todas reflejan el estado caído y desorientado de la humanidad, que fomenta el abuso de poder y privilegio, y declara que una orientación sexual es normativa sobre otra. Al hacerlo, esta desorientación produce una cadena de errores que deriva en diferentes grados, a ser asesinado y además serlo en forma oculta. O parafraseando al Papa Francisco, esto nos lleva a derramar la sangre de nuestros hermanos y hermanas LGBTQ+, tanto cerca como lejos.

Gracias por el privilegio y el honor de dirigirme a la Red Global de Católicos Arco Iris en esta importante reunión aquí en la Ciudad de los Vientos.

NOTAS AL PIE

[1] Ibid., 13

[2] Ibid., 14.

[3] Ibid.

[4] Ver Patricia Beattie Jung y Ralph F. Smith, Heterosexismo: un reto ético. (New York: State University Press, 1993), 14 Emfasis en original.

[5] Ibid.

[6] Ibid., 14.

[7] Sobre la noción de “pueblo crucificado” ver Ignacio Ellacuría, “El pueblo crucificado”, en Mysterium Liberatiionis: Conceptos Fundamentales en Teología de la Liberación,  Ignacio Ellacuría y Jon Sobrino, eds. (Maryknoll, Nueva York: Orbis Books, 1993), 580-603.

[8] Miguel H. Diaz, “Quien es el vecino: Católicos y la Administración Trump,” en Fe y resistencia en la era de Trump, Ed. Miguel de la Torre (Maryknoll: Orbis Books, 2017), 92.