“El Misterio de Dios, la Dignidad Humana y la Sexualidad”

Encuentro de la Red Global de Católicos Arcoíris y DignityUSA en la Conferencia de su 50° Aniversario

Autor: Miguel H. Diaz Ph.D. , Embajador ante la Santa Sede, Ret. , Director en The John Courtney Murray en el Servicio Publico de la Universidad de Loyola, Chicago

Traducción: Carolina Cuarenta

4-7 de Julio, 2019. Chicago, USA

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El Concilio Vaticano II (1962-65) invitó a los católicos a leer los signos de los tiempos e interpretar esos signos teniendo en cuenta las “aspiraciones, los anhelos y los frecuentes contextos dramáticos del mundo en el que vivimos” (Gaudium et Spes, n. 4). Después del Concilio, los teólogos católicos de varias partes del mundo aceptaron esta invitación, dando origen a lo que ha sido conocido como teología contextual. Los teólogos contextuales se han abocado a las experiencias humanas particulares como una forma de unir al mundo y ofrecer lecturas teológicas de las múltiples luchas que encuentran los humanos.  En particular, los teólogos contextuales de la liberación se han centrado en la pobreza socio-económica y en otras formas de opresión social y eclesial que acuñan el totalmente importante concepto de la opción preferencial por los “pobres”. “Pobre” en este sentido teológico se refiere a un amplio rango de opresión, a menudo interrelacionada con respecto causas y efectos.

La Teología de la Liberación Latinoamericana, se encuentra como uno de los más conocidos de estos enfoques liberadores de las tradiciones bíblicas y teológicas Cristianas. El trabajo de Gustavo Gutiérrez, ampliamente reconocido como el fundador de la Teología de la liberación Latinoamericana, se ha hecho conocido en gran medida por su insistencia en ver la opción preferencial por los pobres y marginados, como la característica por excelencia de lo que significa ser un cristiano. Como Gutiérrez nunca se ha cansado de argumentar, la opción preferencial por los pobres y marginados, no es simplemente una opción humana y cristiana por nuestros prójimos más vulnerables.  Como cristianos, nosotros optamos por los pobres porque Dios toma el lugar de los pobres. La opción por los pobres es el pre-requisito para el nacimiento de una Iglesia y sociedad inclusiva. Como el canto de María, comúnmente referido como la proclamación del Magnificat, Dios permanece siempre fiel a las promesas dadoras de vida hechas a nuestros antepasados. Dios cumple estas promesas al continuar levantando a los humildes, alimentando a los hambrientos, y derribando a los poderosos de sus tronos (Lucas 1 46-55).

La elección del Papa Francisco ha generado una renovada atención sobre la opción preferencial por los pobres. El Papa Jesuita y Latinoamericano, ha hecho la denuncia de la indiferencia humana; especialmente la indiferencia global que practicamos hacia los socioeconómicamente pobres y respecto a nuestro planeta en peligro, su sello distintivo como enseñanza Papal. En su primera Exhortación Apostólica, Evangelii Gaudium, el Papa Francisco planteó el siguiente argumento: “Cada cristiano y cada comunidad están llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los pobres, de manera que puedan integrarse plenamente en la sociedad; esto supone que seamos dóciles y atentos para escuchar el clamor del pobre y socorrerlo (187)”. Francisco continúa señalando que “La Iglesia ha reconocido que la exigencia de escuchar este clamor brota de la misma obra liberadora de la gracia en cada uno de nosotros, por lo cual no se trata de una misión reservada sólo a algunos: «La Iglesia, guiada por el Evangelio de la misericordia y por el amor al hombre, escucha el clamor por la justicia y quiere responder a él con todas sus fuerzas». (188)”. Lamentablemente, cuando se trata de la cuestión de género y opresión basada en el sexo, la Iglesia aún no ha escuchado plenamente el llanto de los pobres.

Identificarse como una persona LGBTQ+ a menudo tiene un gran precio. Basta con que nos recuerden la trágica pérdida de cuarenta y nueve vidas en la Discoteca Pulse en Orlando en 2016 (la mayoría de estas personas, puedo añadir, eran miembros de las comunidades latinas), los recientes asesinatos en los Estados Unidos de dos hombres gays y una mujer transgénero en Detroit, así como el tiroteo a un hombre gay en las afueras de Atlanta.  En el escenario global, recientemente nos enteramos del ataque sufrido por dos mujeres lesbianas mientras viajaban en un autobús en Londres. Como ya hemos visto, estos actos de violencia subrayan “un aumento alarmante de los ataques contra las personas LGBTQ”.  Y como nuestro Centro en Halsted aquí en Chicago puede atestiguar en su servicio a las personas LQBTQ+ en situación de calle, el 40% de las personas sin hogar en nuestras calles son tanto jóvenes como LGBTQ+, la mayoría de los cuales también sufren de discriminación racial y étnica. (Afroamericanos y Latinos documentados e indocumentados). No es ninguna sorpresa que psicólogos como Alan Downs (autor del libro Ira de Terciopelo: Superando el Dolor de Crecer siendo Gay en un Mundo de Hombres Heterosexuales) que han investigado y dado conferencias sobre los efectos colaterales del trauma basado en la vergüenza, continuamente señalan cómo las personas LBGTQ+ son más propensas a presentar altas tasas de enfermedades mentales, incluyendo la depresión y el suicidio, como resultado de un trauma basado en la vergüenza y otras formas de violencia física y psicológica.

El lenguaje, como nos enseñan las narrativas de la creación Judeo-Cristianas, puede ser una poderosa fuerza creativa para el bien en el mundo. Porque Dios dijo, “Vio Dios cuanto había hecho, y TODO ESTABA MUY BIEN” (Génesis 1:31). El lenguaje, como sugieren las narrativas de la creación, no sólo describe la realidad, sino que constituye la realidad. Pero el lenguaje, y “el dialogo con Dios” en particular (lo que llamamos teología), a menudo se ha utilizado indebidamente para menospreciar y oprimir a las personas LGBTQ+. ¿Cuántas veces hemos escuchado en “el dialogo con Dios”, dentro de los círculos católicos, ser usado para caracterizar a los homosexuales como “intrínsecamente desordenados” o escuchar la palabra de Dios usada para etiquetar los deseos homoeróticos y especialmente para actuar sobre esos deseos como “antinaturales” y “pecaminosos”?

Sabemos por experiencia y por la evidencia científica, que este mal uso teológico del lenguaje no sólo constituye mala teología, sino que contribuye de manera más peligrosa a la patología, es decir, crea contextos humanos insanos y muy dañinos que en ocasiones amenazan la vida de incontables seres humanos en todo el mundo. Y déjenme hacer esta observación perfectamente clara, hay un montón de estudios psicológicos que testifican las maneras en que las creencias religiosas causan y aumentan la homofobia internalizada y el autodesprecio, en el mejor de los casos incita a las personas LGBTQ+ de fe a cuestionar su humanidad y su capacidad de existir a imagen de Dios; en el peor de los casos, contribuyendo al aislamiento, la ideación y el suicidio. En una tradición religiosa, como la tradición Católica Romana, que se toma muy en serio la relación entre fe y razón, es escandaloso para cualquier persona en la Iglesia ignorar los hechos científicos (de la biología y la psicología) y la experiencia humana de innumerables personas LGBTQ+.

En el centro de la tradición cristiana yace la enseñanza de que todos los seres humanos, sin excepciones, han sido creados a imagen y semejanza de Dios y que nos volvemos más auténticamente humanos cuando existimos como Dios existe. Por supuesto, ¿podríamos preguntarnos qué significa decir que existimos a imagen y semejanza de Dios? A lo largo de los siglos, los teólogos cristianos han argumentado consistentemente que, existir a imagen del Dios Trino significa necesariamente existir como personas en relación correcta con Dios, con nuestros prójimos y con el resto de la creación. El Dios, que perpetuamente habla a la creación para que se haga realidad a través de la expresión creativa de la Palabra y en el poder del Espíritu Santo, crea y llama a cada persona a existir por y para los demás. En la teología cristiana, Dios no puede ser concebido aparte de esa relación y  tampoco podemos concebir a las personas humanas aparte de esas relaciones. En pocas palabras, Dios existe por y para el otro (Madre/Padre, Hijo, Espíritu Santo) o Dios no existe en absoluto. Y esto también es nuestro llamado y nuestro destino. Nos volvemos más parecidos a Dios cuando existimos por y para los demás. Y como seres sexuales encarnados, Dios ha creado el don de nuestros cuerpos y de la sexualidad humana como un poderoso recordatorio de nuestro origen divino y como una manera de poner en práctica el vestigio de Dios que reside en cada uno de nosotros. En efecto, en la sexualidad humana, Dios ha inscrito el amor, el deseo y la relación como una forma de ayudarnos a superar el odio, la apatía, y aislamiento[1].

Catherine M. LaCugna plantea el siguiente argumento en su innovador libro Dios por nosotros: La Trinidad y la Vida Cristiana: “la sexualidad definida en su amplitud es la capacidad de relación, de éxtasis y de autotrascendencia”[2]. “El deseo sexual y necesidad sexual”, subrayó, “son una continua contradicción con la ilusión de que podemos existir por nosotros mismos, enteramente para nosotros mismos”.[3] De hecho, en términos generales, nuestra sexualidad nos impulsa a encontrar, amar y cuidar a nuestro prójimo, y más específicamente, a amar íntima y eróticamente otro ser humano. Cuando nos entregamos a otro como un regalo y recibir al otro como un regalo, ya sea que lo hagamos como lo hicieron Abraham y Sara al ofrendar hospitalidad a los migrantes que vinieron a su casa (Gen. 18) o cuando nos ofrecemos nosotros mismos y nuestros cuerpos en actos de hospitalidad en la privacidad de nuestras habitaciones, creamos espacios para que Dios nos encuentre. Como subraya David H. Jensen, “El milagro del sexo, en otras palabras, no es que en el sexo encontremos a Dios, sino que Dios nos encuentra en el sexo, así como Dios nos encuentra donde quiera que estemos: Si subo al cielo, allí estás tú; si hago mi cama en el Sheol, tú estás ahí” (Ps. 139:8)[4]. El sexo, dice Jensen, es una de las maneras en que los humanos responden al don y a la promesa de comunión: “El Dios que desea la comunión con todas las cosas, crea personas que también desean la comunión entre unos y otros y con Dios”[5]. El sexo, Jensen argumenta, es fundamentalmente un acto que implica un toque comunicativo. El sexo, “se extiende el acto de tocar hacia la intensificación” y puede cultivar la hospitalidad como “nosotros acomodemos a un amado y somos acomodados por nuestro amado: en lenguas, bocas, pechos y entrañas”[6].

La imaginación analógica Católica, que permite la sexualidad y la corporeidad del deseo para personas del mismo sexo para  ser considerada como vestigios de la vida de Dios, no deja espacio para comentarios como los siguientes: “ama a la persona intrínsecamente desordenada pero odia el pecado de su expresión sexual”.  Este punto de vista sólo contribuye a crear una falsa ideología de la naturaleza y el objetivo lleno de gracia de la sexualidad humana. Y por hacerlo,  tan erróneas concepciones del sujeto sexual deben ser resistidas y rechazadas. Como el trabajo de Marcella Alhaus-Reid en Teología Indecente ha dejado en claro, las presuposiciones ideológicas sexuales en la teología debe ser desmanteladas y los teólogos, especialmente los teólogos que se identifican como heterosexuales, deben salir de sus armarios heteronormativos y reconocer las formas en que sus construcciones teológicas pueden contribuir a promover la opresión basada en el género y el sexo. La teología de hoy debe buscar ser verdaderamente “católica”, inclusiva con respecto a las perspectivas que surgen del género y de la sexualidad humana.

Pero para ser más precisos desde el punto de vista teológico, eso significa que Dios también debe salir del armario de las construcciones idólatras y heteronormativas que causan una comprensión estrecha de lo que significa ser humano a imagen de Dios. Y todos los teólogos independientemente de su identidad de género u orientación sexual, deben contribuir al trabajo de desmantelamiento de nociones heterodoxas de Dios. Dios no es un varón, menos de lo que Dios es una mujer; Dios no es heterosexual, menos de lo que Dios es gay; Dios no es blanco, menos de lo que Dios es negro. Por supuesto, como la enseñanza de Santo Tomás de Aquino nos invita a considerar (ST I, q. 13. a. 5), nosotros podríamos decir que Dios es como el Padre, como la Madre, como un hermano, como una persona rara, pero cuando lo hacemos, usamos estos términos analógicamente para dibujar una conexión entre la vida humana y la divina. Pero debemos tener en cuenta que ninguna construcción teológica, basada en cualquier experiencia humana, puede decir la última palabra sobre Dios: El misterio de Dios no puede ser confinado a cualquier armario humano.

Los desafíos a los que me he enfrentado en mi propio camino de fe personal, especialmente en mis propias luchas personales con asuntos familiares, culturales e institucionales a medida que salía del closet para mí mismo y ante mis seres queridos, inspiró en gran medida mi decisión de expandir mis intereses teológicos y reorientar mi energía en investigar y escribir sobre teoría y teología sobre diversidad sexual. Para ser perfectamente honesto, mi humanidad se apoderó de mí, mi humanidad me detuvo, mi humanidad me transformó, y ahora me impulsa a abrazar una nueva y más auténtica forma de ser, pensar y actuar en el mundo. Como seguidor del teólogo jesuita K. Rahner, sé que esto no era simplemente el trabajo de “mi” humanidad. Creo firmemente que la gracia de Dios ha sido la fuente de mi transformación personal, experiencial e intelectualmente hablando.

Permítanme concluir ofreciendo una receta compuesta por cinco ingredientes que podríamos considerar local y globalmente a medida que avanzamos en este trabajo de transformación de la Iglesia y la sociedad:

  1. Ante todo, seguir educando, educando, educando, educando. La necesidad de educar a las personas dentro de la Iglesia y de la sociedad con respecto a las cuestiones de género y sexualidad humana, sigue siendo uno de los desafíos más importantes que enfrentamos. Debemos ser creativos en el uso de los medios sociales, encontrar nuevas formas de compartir historias de vida personales, aumentar la conciencia pública de lo que los campos de la psicología, la biología, la sociología y la teología nos enseñan sobre el género y la orientación sexual. Educar sobre las formas en que la opresión basada en el género y el sexo se relacionan, en la mayoría de los casos, con otras formas de opresión (raza, etnia, capacidad física, estatus migratorio). Y debemos darnos cuenta de que, cambiar las leyes no es suficiente. Como señala el informe sobre homofobia, patrocinado por la Asociación Internacional de Lesbianas, Gays, Bisexuales, Transexuales e Intersexuales (ILGA, por su sigla en inglés), “si bien la tendencia a la despenalización es alentadora y merece ser celebrada, la despenalización como un cambio legal formal, no conduce necesariamente a un cambio social efectivo. De hecho, la eliminación de las disposiciones legales formales, no siempre o inmediatamente, se traduce en mejoras en las experiencias vividas de las minorías sexuales y de género”. Podríamos considerar la posibilidad de explorar opciones para trabajar con escuelas y universidades para capacitar al personal y al profesorado y promover el establecimiento de cátedras, de teología sobre diversidad sexual, en colegios y universidades de todo el país.
  2. En segundo lugar, promover y aumentar las oportunidades de establecer contactos con todas las mujeres y hombres de buena voluntad. Transformar las mentes y los corazones dentro de la Iglesia y la sociedad es un trabajo duro. Este trabajo a menudo tiene un alto costo. Necesitamos construir solidaridad comunitaria con los líderes de la Iglesia, diplomáticos, agencias gubernamentales, ONGs y activistas de derechos humanos para proteger las vidas, defender la dignidad y promover los derechos humanos de las personas LGBTQ+.
  3. Tercero, necesitamos encontrar maneras de profundizar nuestras relaciones con otras iglesias cristianas, en defensa del objetivo común de defender la dignidad y los derechos de las personas LBGTQ+.
  4. Cuarto, necesitamos promover el diálogo y las acciones interreligiosas en nombre de la comunidad LBGTQ+, asociándonos con miembros de otras tradiciones religiosas, incluyendo a nuestros hermanos y hermanas judíos y musulmanes.
  5. Quinto, continuar involucrando a los líderes eclesiales, sociales y políticos. Para cambiar las leyes y políticas que ponen en peligro la vida de las personas LGBTQ+, la fe debe involucrar a la plaza pública. Existen numerosas organizaciones de derechos humanos como el Consejo Atlántico o el Instituto Nacional Democrático en Washington, por ejemplo, que defienden y promueven los derechos humanos de las personas LGBTQ+. Muchas de estas organizaciones dan la bienvenida a las agencias basadas en la fe, porque saben que en muchas partes del mundo, asociarse con líderes religiosos puede realmente hacer una diferencia.

Nada de lo que he propuesto en esta charla, puede lograrse sin la ayuda del Espíritu de Dios, que nos invita a amar a todos nuestros prójimos, incluso a aquellos que dentro de nuestras familias, la Iglesia y la sociedad nos han hecho daño. Nuestra fe cristiana en la resurrección ya nos ha asegurado que el Amor Siempre Gana: “Un nuevo mandamiento” dice Jesús, “Os doy: Amaos los unos a los otros…. Como yo os he amado, así también vosotros debéis amaros los unos a los otros” (Juan 13:34).

Como Martin Luther King Jr. en este país, nosotros los católicos LGBTQ+ también tenemos un sueño que implica una transformación eclesial y social. Al igual que King, nos negamos a creer que el banco de justicia está en bancarrota dentro de nuestra Iglesia y de las comunidades a las que servimos. Soñamos el día en que todos los hijos de Dios LGBTQ+ no serán juzgados por el “color” de su piel, identidad de género u orientación sexual, sino por el contenido de su carácter, la fe que da testimonio del Dios de la vida, las valiosas contribuciones que hacen a la Iglesia y la sociedad civil. Mientras esperamos que nuestro sueño se haga realidad, continuaremos dando testimonio de lo que nuestros hermanos y hermanas católicos negros en los Estados Unidos se han caracterizado por tener una “fidelidad poco común”. Nuestra fidelidad poco común, proviene de nuestra firme creencia de que a pesar del sexismo y heterosexismo que hemos soportado -todos ligados al abuso de poder-, seguimos siendo miembros orgullosos, diversos y Católicos del cuerpo de Cristo. Como miembros de este cuerpo universal, continuaremos defendiendo la dignidad de todas las personas LGBTQ+ alrededor del mundo. Y seguiremos rechazando todas las formas de tribalismo, que privilegian la experiencia de algunos miembros bautizados del cuerpo de Cristo sobre otros, para que la Iglesia pueda crecer en su misión guiada por el Espíritu para llegar a ser más verdaderamente “católica”, es decir, que incluya a cada persona, tribu y nación (Hechos 2: 1-11).

Gracias por el privilegio y el honor de dirigirme a DignityUSA y a la Red Global de Católicos Arcoiris en este importante 50 aniversario de DignityUSA celebrado aquí en la Ciudad de los Vientos.

PIES DE PAGINA

[1] Sobre los siguientes argumentos ver mi próximo libro sobre Dios, sexualidad humana y

[2] Catherine M. LaCugna, God for Us: The Trinity & Christian Life (San Francisco: Harper Collins, 1973), 407.

[3] Ibid.

[4] David H. Jensen, God, Desire, and a Theology of Human Sexuality (Westminster John Knox Press, 2013), 37. Emphasis added.

[5] Ibid., 45.

[6] Ibid.